Tenían que pasar varios meses, muchas ausencias y largas
esperas para entender cómo el corazón comanda el pensamiento sin que ninguna
lógica pueda intervenir aunque lo intente y tercamente insista en ser, por
sobre todo, “racional”.
Todo cargado de egos, de un yo insistente que se resiste a
la verdad, de un montón de pequeños momentos y grandes demostraciones de
orgullo inútil pensando que la última palabra tiene un tufillo de superioridad
porque insiste en el sí mismo más que en los sentimientos que ya comienzan a
aflorar y, de paso, niegan esconderse por un minuto más. Una cierta comodidad
en la inercia del día a día parecía tan natural, mientras el corazón y el
cuerpo comienzan a somatizar, hablan por si solos, el dolor es casi suicida, no
soy yo, no es mi alma, es simplemente el cuerpo que habla su verdad y remarca
definitivamente dónde quiere estar: -¡Ey! Sí, a tu lado, para que lo voy a
negar-.
Seguir resistiéndose al menospreciado amor es algo inútil,
muchas palabras, muchas condiciones aparentes para evitar llegar al punto de lo
evidente, ahora no soy yo , somos nosotros, aunque en plena libertad la unión
encadena con algodón de azúcar nuestras
almas, desde tiempos inmemoriales hacia futuros desconocidos, pero muy…muy…muy
unidos.
Entonces comienzo a ser sincera conmigo y con los otros, no hay más que aceptar que la
vida está llena de cambios, que vamos girando en este carro de la vida, que nos
hemos encontrado y perdido millones de veces, pero, ahora, no nos volveremos a
separar.