Hay quienes acostumbran a moverse de un lugar a otro y rara
vez vuelven al punto de partida, siguen y siguen sin mirar atrás, algunas veces
con seguridad y otras dando tumbos en el empedrado del camino. Son nómades en
busca de un destino difuso, corriendo por la utopía de alcanzar el horizonte al
que jamás se llega…pero continúan…parece que en algún lugar, que nunca es aquí,
encontrarán la felicidad.
Más que echar raíces en un lugar, mi experiencia es el
cultivo en las personas. Así, me voy quedando quietita en sus corazones y ellos
en los míos. Voy caminando y muchos conocidos están aquí palpitando junto a mi
corazón e incrustados en mis ojos tallando mi forma de observar. Entonces, se hace
fácil desprenderse y seguir caminando, porque sigue todo el mundo alrededor,
pero, con ese estilo, debo reconocer que muchas veces se causa dolor en los
otros que tienden a enraizarse como los
árboles en un lugar definitivo. Vivimos entonces entre el vértigo y el
quietismo, entre la compañía y la soledad y quizás cuántas otras condiciones
más.
Mi árbol es difuso, con raíces repartidas por la tierra, con
ramas que tiran semillas al viento y llegan más allá de lo visible, pero que,
al final, están donde deben estar…